Sobre mí, poca cosa. Un día de junio de 1973 nací en Barcelona bajo el signo de Cáncer. Eso me debería haber convertido en un ser lunático y variable y, aunque eso de la astrología falla sobre manera, algo de tocado por la luna y sus mareas me debió quedar.
Empecé a escribir porque siempre se me ha dado mejor que hablar, cualidad propia de una timidez que con el tiempo se ha ido disimulando, que no desapareciendo. Empecé a hacerlo bajo estados emocionales poco recomendables para hacerlo con calidad y poco a poco fui descubriendo que poner algo de distancia entre el sentimiento y su evocación es, artísticamente, más rentable.
Mis primeros desvelos literarios vinieron de letras musicales pero pronto descubrí a los poetas españoles de finales del XIX y del XX y nuevas maneras de expresar. Muchas más influencias vinieron después. Tuve la suerte de tener una excepcional profesora de literatura en el instituto, Luisa Francisco, quien me enseñó a ver el alma de las palabras. Convencido de la más que dudosa calidad de mis escritos y de que el arte poético tiene más productores que lectores, me entregué al placer de escribir por escribir, de expresar por expresar sin otra pretensión que dar gusto a unos sentidos necesitados.
Y después, el tiempo que pasa... Un viaje vital que comparto con las personas que me rodean dándome alas, razones y sustento para el alma. Y con las que no veo, pero sé que leen y están ahí. Un viaje de la cotidianidad a la locura, del rutinaje a la delicia y al sueño que lanza y me devuelve cada día. Y entre idas y venidas, yo escribo.